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La misteriosa enfermera fantasma que se aparece en el hospital del ISSSTE, en Acapulco

¡Te presentamos nuestra sección de relatos! Son historias enviadas por nuestra increíble audiencia y hemos recopilado algunas para compartir contigo. Si tienes un relato que quieras compartir, ¡envíanoslo llenando este formulario aquí: click aquí! ¡Estamos emocionados por leer tu historia!

Me gustaría omitir mi nombre por cuestiones de seguridad, sin embargo puedo decirte que trabajo como parte del equipo médico en el Hospital del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) ubicado en Acapulco, sobre la avenida Ruíz Cortines. Trabajar en un hospital suele estar lleno de experiencias intensas y emociones, a veces gratificantes y otras veces traumáticas; incluso algunas inexplicables completamente, pero nunca imaginé que viviría una historia tan inquietante como la que te voy a contar.

Todo comenzó después de que el área de Cirugía pasó a Medicina Interna a una paciente recientemente intervenida. La paciente en cuestión, a la que llamaremos doña Esperanza, se trataba de una mujer de aproximadamente 80 años que había llegado en un estado grave.

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Afortunadamente, su evolución tras la operación fue sorprendentemente buena, y estábamos a punto de darle el alta para que pudiera regresar a su hogar con su familia. Era una señora jovial, alegre, muy platicadora y optimista ante todas las situaciones, misma con la que desarrollé un especial cariño durante los días que estuvo en hospitalización recuperándose.

El día que estábamos programados para darle de alta, muy temprano decidí realizar una última revisión a los formatos que se deben llenar y su estado de salud antes de despedirme de ella. Pero cuando entré a su habitación, lo que vi me dejó completamente desconcertado. El suero, que había sido retirado por completo desde un día anterior, estaba colocado nuevamente en la vena de doña Esperanza, incluso con el apósito transparente que usualmente se le coloca a los pacientes para que no se muevan el catéter. De inmediato, mi mente comenzó preocuparse, debido a que no sabía si se había puesto mal durante la noche o si hubo alguna complicación que impidiera que doña Esperanza regresara a su casa ese día.

Me acerqué a su cama con preocupación y lo que encontré fue aún más desconcertante. Doña Esperanza estaba completamente cubierta por la sábana y podía ver que temblaba de miedo. La saludé con voz suave y le pregunté que cómo estaba y qué estaba sucediendo. Fue entonces cuando su voz temblorosa me contó la historia que desencadenaría un escalofrío en mi espina dorsal y que me dejó aún más desconcertado de lo que ya estaba.

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Doña Esperanza me dijo que una enfermera había entrado en su habitación pocas horas antes de mi llegada. Esta enfermera, de acuerdo con su relato, había llegado muy silenciosa y había colocado el suero en su vena. Lo que le pareció a ella demasiado raro fue que no estaba vestida como las otras enfermeras anteriores que habían entrado a su habitación para darle sus medicamentos durante la madrugada. Sin embargo lo que más le asustó fue que nunca le pudo ver el rostro, este era como una sombra negra que se lo cubría por completo y que no dejaba de intrigarle su silencio tan siniestro. Doña Esperanza afirmó que justo después de colocarle el suero, esta misma enfermera se había dirigido al baño, mismo que se encontraba frente a ella, desde donde escuchó ruidos como de estar tirando cosas.

Sin embargo, algo que la dejó con mucho miedo fue que, a pesar de estar esperando, la enfermera nunca salió del baño. Estuvo observando la puerta durante un tiempo que le pareció eterno, pero la enfermera simplemente no apareció. El miedo se apoderó de ella y no pudo cerrar los ojos hasta el momento en el que yo llegué a revisarla; eso explicaba su temblor constante y el hecho de que se cubriera con la sábana.

Mi mente racional intentó encontrar una explicación a lo que acababa de escuchar. ¿Podría ser que la enfermera simplemente se hubiera quedado dormida en el baño o que le hubiera pasado algo adentro? No obstante, algo en mí sabía que esa no era la respuesta correcta.

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Decidí investigar más a fondo. Me dirigí al área de enfermeras para preguntar quién había sido la responsable de colocarle el suero a doña Esperanza. Sin embargo, lo que obtuve fueron negaciones rotundas. Todas las enfermeras presentes afirmaron que no habían entrado en la habitación de doña Esperanza más que a la 1 de la madrugada para darle su medicamento y que la dejaron descansando, revisándola únicamente a través de la puerta del cubículo aislado donde se encontraba; además, estaban al tanto de que estaba programada para recibir el alta ese día. No había motivo alguno para colocarle una solución intravenosa.

Mis sospechas se confirmaron cuando las enfermeras también me comentaron que ninguna de ellas habían permitido que alguien se acercara hacia el cubículo de la viejecita, debido a que también la conocían y habían acordado dejarla descansar. Aquello era imposible; la historia de doña Esperanza no tenía sentido. La misma señora no pudo haber hecho el procedimiento y menos después de que las mismas enfermeras cotejaron los insumos ocupados y todo se encontraba en perfecto orden; nada hacía falta.

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De vuelta en la habitación de doña Esperanza, me encontré a la anciana aún más agitada. No podía dejar de temblar y miraba constantemente hacia el baño, como si esperara ver a la misteriosa enfermera salir en cualquier momento. Era evidente que esta situación le había provocado un miedo descomunal.

Me quedé al pendiente de ella junto con un médico interno de pregrado, tratando de calmar sus temores y ofreciéndole mi apoyo. Pero, en el fondo de mi mente, no podía evitar sentir que algo extraño e inexplicable había ocurrido en esa habitación. Una sensación de incomodidad se apoderó de mí y me di cuenta de que esta historia era solo la punta del iceberg.

Con el tiempo, escuché otras historias similares de pacientes que habían experimentado fenómenos extraños en el hospital, pero eso es material para otro relato. Esta historia, la historia de doña Esperanza y la enfermera sin rostro que desapareció en el baño, sigue atormentándome hasta el día de hoy cuando me toca cubrir a algún compañero en la noche y tengo que pasar por esa área. En este hospital, en medio de la rutina diaria y la ciencia médica, encontré un enigma que desafía toda lógica y racionalidad. Un enigma que me hace cuestionar si realmente existe algo más allá de lo que podemos entender.

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