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El cerebro se puede hacer adicto a la violencia

El cerebro humano, ese órgano maravilloso y complejo que nos define como seres racionales, también tiene su lado oscuro: la adicción a la violencia. Así lo afirmó el doctor Calixto González durante su participación en el ciclo de conferencias Nuevos Diálogos, organizado por las direcciones generales de Divulgación de las Humanidades y Divulgación de la…

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El cerebro humano, ese órgano maravilloso y complejo que nos define como seres racionales, también tiene su lado oscuro: la adicción a la violencia. Así lo afirmó el doctor Calixto González durante su participación en el ciclo de conferencias Nuevos Diálogos, organizado por las direcciones generales de Divulgación de las Humanidades y Divulgación de la Ciencia.

Según González, la violencia puede convertirse en una adicción para el cerebro, pero es importante comprender que esta adicción surge cuando el individuo siente que obtiene algún tipo de ganancia a través de ella. En otras palabras, el cerebro no busca ser violento por sí mismo, sino que se vuelve adicto a la violencia cuando percibe que esta le proporciona algún beneficio.

El investigador señaló que a menudo no somos conscientes del nivel de violencia que nos rodea, especialmente en entornos donde la violencia se perpetúa de generación en generación. Muchas personas repiten patrones violentos sin siquiera darse cuenta de ello, simplemente porque han aprendido esa conducta y la consideran normal. González instó a identificar qué es violento en el lenguaje, la postura y la forma de expresarse, para así tomar conciencia de la necesidad de cambiar estos patrones.

El cerebro no busca ser violento por sí mismo, sino que se vuelve adicto a la violencia cuando percibe que esta le proporciona algún beneficio.

En su conferencia titulada “Violencia: ¿Biológica o social?”, el doctor González explicó que cuando una persona agresiva obtiene algún tipo de recompensa secundaria y otra persona lo observa, esta última tiende a imitar la conducta violenta. Ser violento se vuelve una forma fácil de llamar la atención. Por lo tanto, la suma de todos los individuos que imitan la violencia contribuye a los niveles de agresividad que se observan en la sociedad.

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El cerebro humano busca constantemente tener la razón, defendiendo su verdad como absoluta y rechazando la idea de que otros puedan tener razón. Esta actitud es problemática, ya que conduce a la confrontación y al conflicto. En un entorno en el que las personas no son conscientes de su propia violencia ni de la de los demás, es difícil romper este ciclo destructivo. Además, aproximadamente el 1.2% de la población mundial padece alexitimia, una condición en la que las personas son incapaces de reconocer sus propias emociones y las de los demás.

El cerebro humano es un órgano extraordinario y privilegiado que toma miles de decisiones al día. Sin embargo, también es extremadamente vulnerable y puede sufrir daños que afecten su funcionamiento. La corteza prefrontal, considerada la parte más inteligente del cerebro, juega un papel crucial en la regulación de la violencia y en la toma de decisiones racionales. Cuando esta región se daña, ya sea por traumatismos físicos o por trastornos neurológicos, pueden surgir individuos sociópatas, psicópatas o incluso asesinos seriales.

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El experto destacó que entre los 7 y los 14 años es cuando se adquiere la capacidad de reconocer las emociones en los rostros de los demás. Durante este periodo de vida, muchas personas experimentan situaciones traumáticas que pueden afectar su desarrollo emocional. De hecho, se estima que el 89% de la población mundial arrastra problemas derivados de lo que les ocurrió durante esta etapa.

Para controlar y regular la violencia, González enfatizó la importancia de la salud mental. Respirar conscientemente puede ayudar a bloquear la amígdala cerebral, una región implicada en la respuesta emocional. Además, es fundamental comprender que el enojo en sí mismo no es malo, pero ejercer violencia sí lo es. El estrés debe ser vivido durante un máximo de 90 minutos; si persiste más allá de ese tiempo, es necesario buscar apoyo. Del mismo modo, el llanto, una emoción necesaria y básica, no debe prolongarse más de 11 minutos. Si alguien llora durante períodos más largos, puede ser indicativo de un trastorno de personalidad.

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El investigador resaltó que la biología y el entorno social interactúan de manera significativa y se retroalimentan. Esta relación puede ser una ventaja, ya que al reflexionar sobre las causas de la propia ira o violencia, es posible desactivar los detonadores de agresión y tomar medidas para controlarla.

El cerebro humano puede volverse adicto a la violencia cuando percibe una ganancia a través de ella. La falta de conciencia sobre la violencia en nuestro entorno y la repetición de patrones violentos aprendidos pueden contribuir a niveles de agresividad cada vez mayores en la sociedad. Sin embargo, comprendiendo la importancia de la salud mental, tomando conciencia de nuestras emociones y reflexionando sobre nuestros comportamientos, podemos trabajar para romper este ciclo y construir un entorno más pacífico y respetuoso.

Fuente: UNAM

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